EL ACTO MAYOR DE AMOR. El perdón es el acto mayor de fe. El más necesario. El más difícil porque requiere humildad, renunciar a las bajas pasiones de nuestro ego, al rencor, al deseo de venganza, a la memoria de nuestras heridas y maltratos. El perdón es el entendimiento de que también nosotros maltratamos, herimos, humillamos y abusamos de otros: de que también hemos pecado. Perdonamos porque necesitamos ser perdonados. Y el perdón es, primeramente, hacia nosotros mismos. Al perdonar, nos perdonamos. Renunciamos a cocernos en nuestros propios odios, a ventilar viejas ofensas, a airear una y otra vez las amarguras. Entendemos que el pasado tiene que quedar enterrado en el pasado. Que cada día es un nuevo comienzo. Que el presente no vale la pena ensuciarlo con viejos resentimientos. Es el sacrificio más hermoso: la renuncia a nuestra sed de venganza y desquite. Vivir atado a los propios odios, a rememorar una y otra vez agravios, es la trampa del Maligno: él se goza viéndonos odiar, disfruta ver nuestra amargura y nuestros pensamientos rencorosos. Caemos en su juego. Perdonar es escapar de la prisión de Satanás y optar por la libertad de Cristo. Al fin, todo es transitorio y el pasado pasó. Perdonar es aceptar que Dios nos brinda un nuevo día, una nueva oportunidad, de nacer de nuevo. Que El perdona nuestras inconsecuencias y nuestras faltas. Y qué nos quita la carga y nos libera. ¿Hay un acto mayor de amor?
lunes, 17 de noviembre de 2008
SETENTA VECES SIETE, POR JOHANN CHRISTHOPH ARNOLD Y JUAN SEGARRA PALMER
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